El Código da Vinci es la historia de cómo un profesor de Harvard, Robert Langdon, y una experta en criptología de la policía francesa, Sophie Neveau, aúnan sus fuerzas tras un misterioso crimen cometido en el Museo del Louvre, para buscar una vez más el secreto del Santo Grial, que ya no se trata de la copa de la Última Cena de algunas sagas
artúricas, sino de María Magdalena (“la mujer a quién Jesús había encomendado la tarea de fundar la Iglesia” y por la “que Cristo había tenido descendencia”, pág. 271). Esto no sólo acaba con “cualquier idea de divinidad asociada a él”, sino que da lugar a una organización secreta llamado el
Priorato de Sión, que mantiene su descendencia y sigue venerando a una diosa madre por medio de una serie de ritos sexuales, como los antiguos cultos paganos de fertilidad.
Esta sociedad no ha existido nunca. Aparece por primera vez en un libro publicado en inglés en 1982 por los autores de
El enigma de lo sagrado (1987), Michael Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh. Esta obra mantiene la peregrina idea de que todavía hay en Europa descendientes en la carne de Jesús, relacionados nada menos que con la casa real francesa de los merovingios. Pero ¿cómo se puede probar semejante árbol genealógico? Para Dan Brown, esto no importa tanto, ya que “tampoco se puede demostrar la autenticidad de la Biblia” (pág. 273). Aunque el escritor de
El Código Da Vinci cree que tiene que haber documentos “no manipulados”, anteriores a Constantino, que muestren que “los primeros seguidores de Jesús lo reverenciaban en tanto que maestro y profeta humano” (pág. 273).
Porque según
esta novela, Jesús puede ser cualquier cosa, menos Dios. Esto lo confirmaría además el pretendido documento Q, ¡que Brown está tan bien informado, que piensa que “supuestamente, se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra”!. Ante la sorpresa de Sophie al oir que puede haber “escritos del propio Cristo”, ese gran especialista que pretender ser Teabing, le pregunta: “¿Por qué no podría Jesús haber llevado un registro de su Ministerio? En aquellos tiempos casi todo el mundo lo hacía”. ¡Hasta ese punto llega la ignorancia del autor!
¿SON FIABLES LOS EVANGELIOS?"
Cualquiera que sepa algo de Historia antigua, sabe que la comunicación en los días de Jesús era básicamente oral. La información funcionaba entonces de boca a boca, gracias a la concentración y buena memoria de los discípulos de cualquier maestro. La enseñanza oral era considerada entonces incluso como algo más importante que la escrita.
Pero ¿cómo pueden ser entonces fiables los documentos del Nuevo Testamento? Bueno, en principio, son tan fiables como cualquier otro documento de la antigüedad. En primer lugar porque se trata de testimonios contemporáneos, ya que no hay ningún estudioso que feche los cuatro Evangelios más allá del año 100, después de Cristo.
El problema para Brown es que “la Biblia moderna ha sido compilada y editada por hombres que tenían motivaciones políticas”. Pero ¿cuáles son estas motivaciones? Sobre todo “proclamar la divinidad de un hombre, Jesucristo, y usar la influencia de Jesús para fortalecer su poder” (p. 252). Eso es tan evidente para el autor de
El Código da Vinci, que hasta “el clero moderno está convencido de que esos documentos son falsos testimonios”. Por lo que “casi todo lo que nos han enseñado nuestros padres sobre Jesús es falso”. Esto lo sabemos, según Brown, porque hay otros
Evangelios además de los que están en la Biblia. Pero ¿cuáles son estos
Evangelios?
Siempre ha habido Evangelios que la Iglesia ha considerado como apócrifos, pero la mayoría eran muy posteriores a los cuatro Evangelios. Tratan generalmente sobre su infancia y cuentan historias sobre milagros que Jesús pudo hacer de niño, que aparecen con frecuencia en la Historia del Arte. Hay otras muchas historias extrañas sobre Jesús que vienen de movimientos esotéricos del siglo XIX, como el
Evangelio de Acuario del teólogo francés católico convertido al espiritismo Eliphas Leví o el libro del periodista ruso Nicalai Notovich sobre los llamados años perdidos de Jesús en el Tibet. Todos ellos pasan por alto el hecho de la Cruz, para imaginar supuestos viajes por diferentes lugares de Oriente, muriendo finalmente en algún lugar de la India, pero obviamente no hay ninguna base histórica para ellos. Muchos de ellos son de hecho comunicaciones espiritistas, como el mito de
Urantia, nacido en círculos adventistas de Chicago en los años veinte, que plagia finalmente Benítez en
El Caballo de Troya.
Pero ¿no hay otros
Evangelios más antiguos? Ya que Brown no se refiere a ninguno de éstos. ¿Dónde están “algunos de los Evangelios que Constantino pretendió erradicar y se salvaron” (p. 251), según la novela? El personaje del libro parece pensar en Qumrán y Nag Hammadi. El problema es que los manuscritos del Mar Muerto no tienen más cita sobre Jesús que el supuesto fragmento del
Evangelio de
Marcos, que lo que haría es demostrar aún más su antigüedad. Y los llamados
evangelios gnósticos, que se encontraron en Egipto no sólo no cuentan “la verdadera historia del Grial”, sino que tampoco “hablan del ministerio de Cristo en términos muy humanos”, porque son precisamente eso, textos gnósticos, por lo tanto bastante espiritualistas. La mayor parte de ellos son además colecciones de citas de los
Evangelios que ya conocemos.
¿FALTA DE EVIDENCIAS?"
Por lo que no nos engañemos, nuestro problema para aceptar la verdad del cristianismo no es realidad falta de información. Ya que en el fondo, no es una cuestión intelectual, como si simplemente nos faltarán datos para poder aceptar las evidencias sobre la verdad de Cristo. En realidad es un problema moral y espiritual. Karl Popper decía ya en 1969 que “la teoría social de la conspiración es una consecuencia de la falta de Dios como punto de referencia y de la consiguiente pregunta: ¿quién lo ha reemplazado?”. Cuando dejamos de creer, inevitablemente tenemos que seguir creyendo en algo o alguien, sea la Madre Naturaleza o aquello para lo que vivo, ya que como diría Bob Dylan, “todos tenemos que servir a alguien”.
Es por eso que bíblicamente, en realidad el no creyente no existe. O crees en el Dios verdadero, o sirves a un ídolo. No hay otra opción posible. Así que
si no aceptamos los Evangelios es sencillamente porque no queremos. Preferimos ver a Jesús como a nosotros nos guste. Alguien que hable de amor y paz, sí, pero que no nos diga cómo tenemos que vivir. En todo caso que nos lo muestre como ejemplo. El problema es que el cristianismo, a diferencia de tantas otras religiones, no se basa en unas ideas éticas o espirituales, cuya enseñanza podamos seguir independientemente de la historia y la vida de su fundador. Está claro que para el budista, lo importante no es Buda, sino el camino que él mostró. Pero el cristianismo es Cristo.
El cristianismo es diferente a cualquier otra religión, porque se trata de la relación con una persona. Pero para conocer a Jesús, tienes que leer los Evangelios. No hay otra forma de acercarse a él. Puedes imaginarlo de otra manera, pero ese no es el
Jesús de la fe, que podamos contraponer al
Jesús histórico, sino que no es más que el Jesús de nuestra imaginación.
La fe cristiana en ese sentido es una fe histórica, no porque tenga veinte siglos, sino porque depende de la Historia. Y aunque a algunos les resulte difícil de creer, “los autores antiguos a veces quieren decir lo que dicen, y en ocasiones hasta saben de lo que hablan”...
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